¿Cuántas veces hemos leído o escuchado que perdonar a quien nos hizo daño es el pase dorado para alcanzar la paz mental y la solución a nuestros problemas? Demasiadas, diría yo.
Me he tomado el tiempo de buscar en las páginas de internet con más popularidad sobre salud mental y en la mayoría, por no decir que todas, hablan de la importancia de perdonar a otros porque, de lo contrario, tendrás un veneno interno que carcomerá hasta lo último de tu ser.
No lo dicen así, pero esa es la traducción.
Y es que desde pequeños nos enseñan a perdonar a todo el mundo, ¿no es así? Ya sea porque la religión así lo dice o porque nos aseguran que la infelicidad tocará a nuestra puerta si no perdonamos a alguien de corazón.
Todo apunta a que no hay un panorama prometedor si no perdonamos.
“El cuerpo nunca miente porque no olvida”
Alice Miller, psicóloga y doctora en filosofía, escribió en uno de sus libros lo poco que tiene que ver el perdonar a alguien que te dañó con tu bienestar emocional. De hecho, menciona lo perjudicial que puede llegar a ser forzar a tu mente y cuerpo a perdonar.
Y es que aconsejar a otra persona y decirle algo como «perdónalo» o «perdónala» es realmente fácil cuando no se es quien ha atravesado por algún acontecimiento doloroso o traumático.
Tan fácil como decirle «no estés triste» a alguien que sufre depresión, ¿no?
En el artículo anterior «¿Por qué me cuesta expresar lo que siento?» escribí sobre las consecuencias negativas que tienen para la mente y cuerpo el no ser fiel a ti mismo y cómo reprimir lo que sientes tiene desenlaces perjudiciales para tu salud física y mental con base en las experiencias de los pacientes y lo estudios que realizó Miller.
Exactamente lo mismo sucede cuando fuerzas a tu cuerpo a perdonar situaciones que muchas veces pueden ser hasta imperdonables.
El cuerpo, dice Miller, es testigo de todo lo que has vivido y conoce a detalle los abusos sufridos y, por mucho que intentes obligarlo a perdonar a alguien, no podrás engañarlo como a la mente haciéndole creer que ya está todo bien.
Obligar a tu cuerpo a sentir algo que no es auténtico, como lo es un perdón forzado, solo provoca que se manifiesten síntomas o enfermedades conocidas como psicomatizaciones.
"No podemos querernos, respetarnos ni entendernos a nosotros mismos si ignoramos los mensajes de nuestras emociones, como, por ejemplo, la ira.".-Alice Miller
Cuando algún miembro de tu familia u otra persona te provocan un daño profundo lo normal y lógico es que sientas enojo, ira, desprecio u odio hacia ellos.
Sin embargo, la sociedad en la que vivimos y, tristemente hasta los mismos psicoterapeutas, han tergiversado el verdadero significado de estas emociones y se han encargado de hacer sentir culpable a todo aquel que se atreva a sentir estas emociones «malas».
Y yo me pregunto: ¿por qué habría de sentir culpa alguien que siente odio hacia su padre si este ha abusado sexualmente de ella/él durante años? ¿por qué habría de sentir culpa alguien que siente ira hacia su madre porque esta le pegaba y obligaba a hacer cosas que no quería?
Miller escribe que estas emociones «malas», como la ira u odio, no son perjudiciales para uno mismo (contrario a lo que muchos han hecho creer y por eso recurren al perdón), siempre y cuando estén dirigidas a la persona que provocó la herida. O sea, cuando ya eres consciente de quién te hizo daño.
De lo contrario, si la ira u otra emoción permanecen reprimidos en el inconsciente, entonces sí serán perjudiciales para ti, porque esas emociones se redirigen hacia personas sustitutas del verdadero agresor o abusador como por ejemplo tus hijos o parejas o, lo que es peor, hacia ti mismo.
Algunas personas piensan: «¿Cómo no vas a saber quién te hizo daño? Es ridículo pensar que alguien no identifique a la persona que lo hizo sufrir tanto.»
Pues no, no es ridículo.
De hecho pasa muy a menudo porque hay un mecanismo inconsciente en el que las víctimas tienden a proteger a sus agresores (por miedo o idealización), sobretodo cuando estos son miembros de la propia familia como la madre o el padre.
La gente que piensa que esto no es posible no tiene mayor conocimiento al respecto de cómo funciona el mecanismo psíquico de defensa y cómo este se encarga de proteger a la persona enviando a lo más profundo de su ser recuerdos dolorosos para que no sufra.
Prueba de ello son los incontables casos de personas adultas que, solo con ayuda de una psicoterapia, fueron capaces de traer a la mente consciente los recuerdos de cómo habían sido víctimas de abusos sexuales u otro tipo de maltrato por parte de algún miembro de su familia u otra persona durante años siendo niños.
Por supuesto que, para haber tomado la decisión de recibir ayuda profesional, primero tuvieron que haber sufrido una serie de síntomas o enfermedades (depresión, problemas al tener relaciones sexuales, ataques de pánico, etc.) que alertaban que algo no andaba bien.
La mente consciente de estas personas no recordaba los abusos sexuales sufridos ni al abusador como alguien que les hiciera daño, pero el inconsciente y el cuerpo sí, y de ahí la manifestación de sus síntomas.
La película Perks of being a wallflower (Las ventajas de ser invisible) ilustra muy bien este tipo de situaciones.
Carta a mamá
En uno de sus libros Miller escribe sobre el caso de uno de sus pacientes que, antes de acudir a terapia, mantenía una dinámica compulsiva de conquistar a una mujer tras otra para luego abandonarlas, de esta forma él mantenía el poder y el control sobre ellas.
Más avanzado en su terapia, este hombre escribió una carta a su madre, quien era una exitosa pediatra y debido a su demandante trabajo nunca estaba en casa, por lo que este hombre de niño se pasaba largas horas en casa con nadie más que con la trabajadora del hogar.
En la carta él plasmó todo el odio, hasta ese momento reprimido, que sentía hacia su madre por haberlo dejado solo y nunca haber estado con él cuando era solo un pequeño.
La carta decía lo siguiente: «Detesto a esos canallas eternamente enfermos que siempre me han dejado sin ti, madre. Te odio, porque preferías estar con ellos que conmigo.«
Miller escribe que, tras haber vivenciado ese odio con intensidad hacia la madre en terapia, al cabo de un tiempo el hombre dejó atrás todos los síntomas que lo habían acompañado durante tantos años y abandonó la compulsión a conquistar y abandonar a las mujeres.
El hombre ya no tuvo que dirigir ese odio inconsciente hacia su madre en otras mujeres, porque ahora sabía a la perfección hacia quién iba dirigido lo que sentía y nadie más que su mamá, eran las responsables de su dolor.
Solo así comenzó su proceso para sanar: a través de sentir el odio, no reprimiendo ni perdonando como lo hizo durante muchos años.
Pero muchos dirán: «La madre no estaba haciendo nada malo, estaba trabajando para que no le faltara nada a su hijo, ¿cómo la pudo llegar a odiar? ¡Tiene que perdonarla!»
Y sí, es verdad, irse largas horas a trabajar no tiene nada de malo, pero en este mundo donde todo gira alrededor de los adultos, se nos olvida que lo niños son niños y piensan como niños. Damos por hecho que piensan y razonan como lo hacemos nosotros también.
En la última oración de su carta «Te odio, porque preferías estar con ellos que conmigo» deja muy claro cómo los niños perciben el actuar de los adultos.
Él no entendía que su mamá se iba a trabajar y curar a otros niños para que a él no le faltara nada, por el contrario, lo que sentía era que no era lo suficientemente bueno ni que valía tanto como los pacientes de su mamá, por eso ella los prefería antes que a él y por esto lo abandonaba.
Lo que puede resultar siendo una situación comprensible y lógica para un adulto, para un pequeño puede ser un momento de mucho dolor y tristeza.
Me perdono a mí
Estas heridas profundas crecen junto a ti hasta que llega un día en el que sientes que ya no puedes más y, al exteriorizar tu dolor, no tienes más remedio que escuchar las palabras mágicas de la mayoría de personas: «¡debes perdonar a quien te lastimó!»
Sin dimensionar el terrible daño que le hace a tu salud física y mental el que no se le de importancia ni valor a tus emociones auténticas y más que justificadas obligándote a desecharlas para dar lugar a algo que no sientes.
Y no estoy diciendo que lo digan con la intención de perjudicarte, solo digo que hay mucha ignorancia en sus palabras, incluso hasta de los mismos psicólogos, respecto al tema de perdonar.
Todas, absolutamente todas tus emociones son importantes y válidas porque lo que sentiste cuando te hicieron daño nadie más que tú puede conocerlo.
Y no es verdad que perdonando a quien te abusó, abandonó, humilló, pegó o violó es la salida para sanar tus heridas, no tienes por qué hacerlo si no quieres y no estás listo para hacerlo.
Esto no significa que el perdón genuino, ese que es auténtico y verdadero sea malo, para nada.
Lo que no creo es que debas forzarte a hacerlo cuando aún no estás preparado para dar ese paso porque como mencioné antes: hay situaciones imperdonables.
Lo importante es escuchar las señales de tu cuerpo y comprender tus emociones verdaderas y empezar por perdonarte a ti mismo, porque de esa forma sí puedes comenzar a sanar ese dolor que llevas dentro.
A la única persona a la que le debes perdón es a ti.
Porque muchas veces fue más fácil culparte y desvalorizarte antes que hacerlo a alguien más, pero quiero decirte que tú no tuviste la culpa ni eres responsable de lo que te haya sucedido ni del daño que otros te hicieron.
Así que primero perdónate a ti por creer que tú provocaste o merecías lo que sucedió porque nada de eso es verdad. No fuiste tú.
El perdón a ti mismo es el que de verdad importa.
Después de eso, solo tú decidirás si perdonar de corazón a quien te dañó sea algo que realmente quieras o necesites hacer, siempre y cuando suscite tranquilidad en tu mente y cuerpo. Pero si nunca llega ese día, no importa.
También es válido no tener que perdonar.
"No es la felicidad, sino la tranquilidad el estado necesario del ser humano".-Dra. Ninette Mejía
Hermoso Lucichi. Como me gustaría reproducirlo en otros espacios. Puede ser de mucha utilidad.